jueves, 2 de octubre de 2008

PRIMADONNAS DEL SIGLO XIX Y SUS CAPRICHOS

Una de las más admiradas cantantes en aquellos tiempos fue la hermosísima Giuseppina Grassini, quien había debutado en La Scala de Milán durante el carnaval 1793-94. Príncipes y reyes se disputaron su gracia y el propio Napoleón conquistado por su fascinación la quiso a su lado en Paris. Según un escritor de la época, fue talvez la Grassini la primera causa de distanciamiento entre el emperador y Josefina.
A pesar de la celosa vigilancia a la que era sometida, pero decidida a no soportar patrones ni aún con corona, huyó de Paris con el violinista Pietro Bode para regresar cuatro años más tarde llena de gloria. Fue entonces que para retenerla, Napoleón le concedió la dirección de los conciertos y de los teatros de la Corte Imperial pagándole por ello una enorme suma de dinero. Además la nombró su primera cantante de cámara con derecho a una pensión que cobró hasta la caída del imperio.
Los caprichos de ciertos cantantes y muy principalmente de las prímadonnas bellas y admiradas, han quedado reglstrados en anécdotas casi increíbles. Así la Marcolini, adorada por Rossini, exigió al maestro cantar la última aria de " La Pietra del paragone" con ropas masculinas y el compositor debió acomodar trabajosamente el libreto para que pudiera salir a escena vestida de capitán de dragones!
La famosa Marchesi en sus últimos años de carrera teatral, no aceptaba cantar si no hacía su primera aparición montada a caballo o desde lo alto de una colina!
Crivelli, otro cantante famosísimo, exigía que su primer aria terminara con las palabras "felice ognora" sobre cuyas sílabas le resultaba más cómoda una cadencia favorita.
Una de las más exigentes y caprichosas cantantes fue sin duda Isabella Colbrand, ante quien el respetado y temido Domenico Barbaja, el más célebre empresario teatral del siglo XIX, se rendía incondicionalmente. Barbaja había logrado un poder ilimitado en Nápoles tras cumplir fielmente una promesa ante el rey Fernando: reconstruir mejor que antes y en solo nueve meses el teatro San Carlo, devorado por un incendio.
Cantante favorita de Barbaja, la Colbrand era dueña además de una excepcional belleza física y Rossini que la conoció en 1815, comprendió que para conquistar a Nápoles primero debía agradar a la Colbrand. Tanto éxito tuvo en su intento que terminó por hacerla su mujer.
Entre 1815 y 1825 otra cantante que deleitó al público fue la Fodor quien imprevlsta y dolorosamente concluyó su carrera en Paris. Su primera aparición en el Teatro Italiano en "Semirámides" fue lamentablemente tambien la última. Sus amigos y admiradores se habían dado cita para escucharla, entre ellos Rossini y Cherubini. Todo comenzó maravillosamente, pero hacia el final del segundo acto la artista quedó enmudecida, incapaz de articular una sola sílaba. Ante la consternación general cae el telón, sus amigos corren hacia el camarín donde la cantante se golpea el rostro desesperada. Rossini llora como un niño. De pronto como por un milagro, su voz vuelve llena, sonora.
- Levanten el telón, cantaré!
- Salvada! salvada!- exclama Rossini
En efecto la voz de la Fodor resuena más bella que nunca y termina la representación en medio de un delirio del público. Pero había abusado de sus fuerzas y desde aquella noche no cantó nunca más. El milagro cumplido le había costado el tesoro de su voz!
Mario Solomonoff

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