jueves, 18 de septiembre de 2008

ANNA, LA GRAN ACTRIZ

Concluía 1965 y 1966 vislumbraba para mí un año lleno de proyectos. Yo era un joven cantante lírico de 25 años, dispuesto a recibir de la vida los placeres y sufrimientos que el destino me hubiera reservado. Me encontraba en la ciudad de Regio-Emilia, en Italia, donde siendo el único bajo finalista en un concurso de canto y por ende vencedor en mi cuerda, había sido aceptado por el famoso maestro Giannandrea Gavazzeni para interpretar el rol de Colline en “La Bohème” de Puccini en funciones que se realizarían en varias ciudades de la Emilia-Romagna.
Una noche, el director del teatro municipal de la ciudad mencionada, nos invitó a los artistas que integrábamos el elenco – donde yo era el único extranjero – a presenciar una comedia dramática titulada “La loba”, cuyo autor no recuerdo, que se representaba en dicho teatro con conocidos actores de prosa. El argumento era bastante sórdido y la obra culminaba trágicamente cuando la protagonista era muerta a puñaladas por su yerno a quien había previamente seducido dentro de un siniestro triángulo amoroso.
El rol de la suegra, era interpretado excelentemente por una actriz vestida de negro a la siciliana, pero con un pronunciado escote, cuyo andar felino y provocativo lograba inquietarme en mi butaca y por decirlo elegantemente, “motivarme”.
Terminada la representación, fuimos a saludar a los artistas en sus camarines. Al aparecer la actriz que había interpretado a la suegra, me encontré ante una mujer diminuta, aparentemente muy entrada en años, decididamente fea. Una mujer que pudiendo ser por edad sobradamente mi madre, no me hubiese despertado en la vida real otra motivación que la de cederle un asiento. Comprendí entonces – una vez más – lo que puede la magia del espectáculo y la capacidad de algunos intérpretes!
- Yo soy argentino – le dije al verla frente a mí.
- Ah!...argentino...! – repitió, fijando su mirada en mi persona con esa extrañeza con que a veces somos observados los llegados “desde muy lejos”.
- Usted es muy admirada en mi país – agregué con sinceridad y creí ver en sus ojos ese tenue fulgor que parece surgir en las personas de talento.
Siguieron unas pocas palabras, saludamos y nos fuimos. No la volvería a ver, pero aunque han pasado tantos años, mientras escribo esto en Buenos Aires en una hermosa mañana del 1º de abril de 2004, no puedo dejar de pensar en aquella noche en la que, por única vez, pude sostener un breve diálogo con....Anna Magnani!!!
Mario Solomonoff

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